“La Nochebuena se vieene, tururú, la Nochebuena se vaaa, tururú y nosotros nos ireemos y no volveremos máaas”
El villancico que me persigue, porque algún día ya no estaré más….
La Navidad, los guirlaches pa Leache –frase repetida por mi padre al llevárselos a la boca-, las sucesivas y anuales caídas de diente tras morderlos con ahínco…
- ¡Pero Javier! ¿Otra vez? – esta mi madre al ver la eterna pícara sonrisa en su rostro.
La dulce compota de manzana, carnosos orejones, ciruelas y aromática canela. Abundante, que dure unos días…
- ¿Quién quiere más?
La puesta del Belén: la harina convertida en nieve, el pan rallado en arena.
- Pero papá, ¿cómo puede haber nieve y arena a la vez?
- Tú echa y rellena bien los huecos, que eso no importa.
Las viejas figuras maltrechas: niño sin corona, oveja con pata de alambre, Virgen descascarillada.
- Ama, ¿no te creerás eso de la paloma verdad?
San José sin bastón.
- Ama, ¿por qué aguantó tanto San José?
- ¿Qué aguantó San José, si puede saberse?
- Hombre ama…, el hijo que no es de él…
La callada por respuesta y vuelta a la cocina:
- Yo no sé qué hijos me han salido, cualquier día cojo la puerta y me famo. –Expresión esta de famarse que me costó entender y con la que ella amenzaba en momentos de estrés familiar. ¿Habría pensado alguna vez cómo hacerlo? Esa duda ya para siempre
Carcajadas colectivas, paciencia infinita y sensación de eternidad. El resto de los días, guerra de guerrillas por que Baltasar a Melchor y Gaspar. De a pocos, que no se notara…
- Pero, ¿quién mueve a Baltasar? – Mi madre recolocándolo.
- ¿Por qué tiene que ir el último? ¿Qué, porque es negro?
Y alguno que lo vuelve a su sitio para que la casa no se aburra…
Y tras la visita de sus Majestades, todo a la mil veces usada caja, el pegajoso cello y el NAVIDAD escrito a mano. El tesoro mejor guardado, el de mil veces abrir y otras mil veces gozar. Al desván, a coger polvo en calma y esperar un nuevo diciembre.
Los propósitos para el nuevo año; mi no comer las uvas por no atragantarme; mis anginas inflamadas ante la emocionante Nochevieja; el papelito al fuego con lo que mejoraremos; la abuela Rita y la tía Luisa; el “id a visitar a los tíos”, el kopo en casa Lopetxo, el “Rosalía, saca el dinero de los huevos que me he quedado sin nada”, la tintineante emoción de ganar y el seco reseco de perder…
Qué bello es vivir, Benhur, La gran familia y Txentxo siempre perdido, Mujercitas, Cuento de Navidad y la desdichada Cerillera.
Escarcha en las ventanas; carreras desde el fogón hasta las húmedas sabanas; legañas en los ojos; tan-tan de la iglesia a medianoche; los Reyes y aquel estuche de pinturas con tela vaquera y corchetes metálicos…; las mil anécdotas de mi ruidosa familia numerosa.
Las notas que nunca guardé: “Para Kati, de Gaspar. Para que este año sea muy feliz y no hable tanto en clase”.
Ya no hablo en clase, ama, y peleo por ser feliz. También escribo notitas de Gaspar, de Melchor y sobre todo, de Baltasar, porque yo también me iré y mis notitas quedarán.
La pereza de la misa de gallo y la tierna sensación de sentirme parte de algo más grande; el niño de yeso pintado en misa mayor y la larga cola para besarlo; los inocentes y el inocente de mi padre cayendo año tras año en la trampa, tan confiado él en la vida y sobre todo, en su mujer.
Nuestra primera caja de polvorones La Estepeña llegada desde Sevilla, los higos secos, la bandeja de turrones rondando por días…
Y de repente, un Año Nuevo.
Con irremplazables vacíos, nudos rasposos en la garganta, nuestra querida Nekane en los corazones y nuestros padres juntos allí en algún rincón hermoso del Universo.
Y todo comenzando de nuevo, trocitos de vida, trocitos de Nochebuenas.
Y los txikis de segunda generación que ya van conformando una segunda parte de esta historia escuchando: “Y nosotros nos iremos y no volveremos más”.
¡Que sea Feliz Navidad y mejor Año Nuevo!